Tren bala japonés

…Sobre el cambio en la percepción del tiempo que provoca un hijo se ha dicho de todo. Hay quien lo compara con un reloj de arena que corre sin freno ante tu mirada impotente, pero yo me siento más identificada con los que lo asmejan a un acelerón definitivo en el (siempre demasiado) corto espacio del que disponemos para habitar este mundo. Cierto es el tópico que sentencia que a partir de cierta edad (pongamos los treinta y muchos) la percepción es algo así como transitar por la vida subidos en el AVE. Con uno, o varios pequeños compañeros de asiento, el viaje se eleva a la velocidad del tren bala japonés; ese que, si no entendí mal, vuela sin necesidad de raíles a cifras vertiginosas.
Ayer recogimos el capazo en el que hasta ahora paseábamos a Inés, lo metimos en una bolsa de plástico, y lo bajamos al trastero. Ese pequeño hito en su corta existencia nos alertó de algo que los padres llevan experimentando desde el inicio de los tiempos: la brevedad de la vida, el imposible deseo de aferrarnos a épocas que para nosotros serán irrepetibles, reparar en que, al fin y al cabo, no somos dueños de nuestra existencia, y mucho menos de los que en ella transitan.