Besos libres

Algunos de mis recuerdos infantiles, quizá no de los mejores, me trasladan a aquellas veces en las que mi abuela, con la mejor intención, me empujaba suave pero firmemente mientras decía: ‘Vamos, nena, dale un beso a esta señora‘. La señora en cuestión siempre me inspiraba algo de miedo, olía a un perfume un poco raro y ‘pinchaba’. Quizá las dos primeras sensaciones eran figuraciones mías; pero la tercera era absolutamente real. Mi cara era por entonces bastante lustrosa, con dos buenos ‘mofletes’, como decimos por aquí, y pocas se resistían a rematar el beso con un pellizco tan ‘cariñoso’ que dolía.

Casi sin enterarme, pasé de querer hacerme invisible a ser yo la señora hacia la que mis amigas madres empujaban a sus hijos, seguro que también con buena intención. Anticipándome a sus caras de disgusto, intentaba decirles que los niños no tenían por qué besar a una mujer a la que apenas conocían, y que encima les estaba robando la atención de sus mamás. Además de por mi propia experiencia, lo hacía porque siempre he tenido terror al rechazo, y los pequeños no son precisamente diplomáticos para disimularlo cuando lo sienten.besos libres

Aunque a veces aún no me lo creo, hoy soy yo la mamá, y cada día afronto con ilusión y dudas la apasionante y difícil tarea de acompañar a mi niña en sus primeros pasos en este mundo. Muchas veces no sé si lo que hago es lo mejor; es más, me he resignado ya a dejar en el camino un reguero de errores. Mis decisiones se guían también por la mejor intención, pero eso no significa que Inés tenga que besar a nadie si no lo desea, al menos así me lo he propuesto, no sé si con acierto.

Y eso me incluye a mí. Aunque confieso que a veces no puedo reprimirme y ‘achucho’ muy fuerte a mi pequeña, que es lo más besable que he encontrado jamás. Ella se ríe mientras me llena la cara de babas. Nada podría hacerme más feliz.

Este post está inspirado en #besoslibres, una iniciativa de BeaMamádeDos. En ella participan también  Marta,  Mamadedos Taller de besos0 o 0 Burbujita, tú y yo 0 o 0Merak Luna. Ciclogenesis implosivaLAPAREJITA DE GOLPELa libreta de AmayaLa Mama VacaMamá Adanylsom 6 cranksMamá es blogueraLa aventura de ser mamiDiario de Una Maternidad Y un Lazo RosaLa invasión twinLa mama fa el que pot  y Lai – Asi piensa una mamá

Egoístas

Nunca he creído eso que dicen de que tener hijos te hace menos egocéntrico, más generoso y directamente mejor. He llegado a escuchar que los que no procrean se convierten en seres huraños y ‘raros’ con los que es difícil convivir. Ando pensando en esto y leo que el papa Francisco (nada de extrañar, por otra parte) afirma también que los ‘sin hijos’ son egoístas. Cerca tengo abundantes ejemplos de lo contrario, y al pensarlo bien constato que casualmente, (o no) casi ninguno de los pocos seres extraordinarios que he conocido los tienen.peces dos

En mi corta experiencia en el grupo de ‘los que sí’ he verificado que por una vez estaba en lo cierto. Puedo presumir, y presumo, de que en paciencia y capacidad de sobrevivir durmiendo poco y mal he progresado mucho, pero mi grado de generosidad sigue donde estaba; ni mucho ni poco, digamos que en la media.

Sí que he comprobado, y esta vez era verdad lo que dicen, que tener un niño aumenta la sensibilidad ante todo lo que tiene que ver con ellos. Encajo a duras penas las noticias de maltrato infantil y siento una pena que no conocía, porque en cada pequeña víctima veo la cara de mi niña. Sé que no suena muy generoso, pero es la verdad. Desvivirse por los propios hijos es lo normal; admirables son las personas que dan su vida por los hijos de los demás.

El otro día ocurrió algo que hacía tiempo que no me sucedía. El horror me paralizó escuchando a una mujer en televisión en un reportaje sobre Corea del Norte. Decía que en un campo de castigo vio a una madre matar a su hijo desnutrido. Mientras el periodista (desconozco si con o sin hijos) comentaba con voz lastimera que jamás había escuchado algo tan horrible, lo imaginé pensando secretamente, con un poso de vergüenza quizá, que aquel programa iba a ser un bombazo..

Estar ahí

Hablando de golpes, tan importante es la suerte en la caída como tener cerca unos brazos amados que te consuelen. Alguien me aconsejó el otro día salir a partir de ahora bien provista de tiritas. Parece que con el mágico refuerzo de un beso su poder sanador es casi infinito ante cualquier percance infantil, hasta el punto de que, pasado el susto, la pequeña víctima sale disparada en busca de nuevos peligros.

En esto no cambiamos mucho al crecer. Llamamos a nuestra madre cuando vamos a morir, porque seguimos necesitando su protección aunque de la infancia no queden ya ni recuerdos. Hasta que llega ese momento, otros brazos nos hacen más leve la carga de existir, sobre todo cuando vienen mal dadas y falla la ilusión, o las ganas, o todo. Pero una vez sucede que esperamos a alguien y no viene, y descubrimos que a veces lo peor de caer no es el golpe, sino la dolorosa ausencia de los que considerábamos imprescindibles.

Con el tiempo, aprendemos casi siempre a eso que llamamos relativizar y que en realidad significa tratar de que no nos afecten demasiado nuestras propias imperfecciones. Las veces que otros fallaron; las que nosotros estuvimos a la altura, sin ni siquiera ser conscientes. Llamamos madurar a resignarnos a que la vida es así y las cosas hay que tomarlas como vienen. Pero con las ausencias constatamos en carne propia la importancia de estar en el momento preciso, de tender la mano, de estar ahí.

corazón roto

Golpes

Con la capacidad de andar llegan también los primeros golpes; a veces, incluso antes. Los que a partir de allí nos propine la vida serán el resultado de una fórmula misteriosa que combina riesgo y suerte. Inés cayó al suelo hace unos días desde una altura considerable. No sufrió ni un rasguño. El azar decidió que entre romperse varios huesos y salir ilesa ganase la opción más improbable. Suponiendo que tengamos una ración fija de suerte para todo este juego que es vivir, ella se dejó ya un buen puñado en esta peripecia.

Aquel día estaba a su lado y no fui capaz de evitarlo. Sé que volverá a suceder. No podré o sabré actuar a tiempo, no haré lo  adecuado o simplemente no estaré. Sufro por anticipado por todos los golpes que querría para mí porque serán para ella y me pregunto si ésta es la forma correcta de amarla.

De la maternidad, de los grandes amores, me preocupan muchas cosas. Entre las primeras está cómo gestionar esa energía poderosa que llamamos amor y arrastra tantos otros sentimientos. El anhelo de meterse bajo la piel del otro y ser parte de él, o de ella, el instinto de posesión, la necesidad de pertenecer, el secreto deseo de que nos pertenezcan.foto de ser padres

A lo largo de mi vida me he topado mil veces con esta frase. También la he escuchado, dicha de muchas formas, en diferentes momentos. El otro día volvió a cruzarse en mi camino, acompañada de un artículo sobre el amor,  en el instante preciso. Decidí ponerla donde siempre la vea para no olvidarla; no sé si seré capaz de cumplirla.