Fiestas de guardar

Más que el día en el que nacieron, muchos celebran su cumpleaños la fecha en la que volvieron a hacerlo porque algo, casi siempre un accidente, les hizo entender de pronto la fragilidad y el auténtico sentido de la vida. Las fiestas de guardar no las marca el calendario, la partida de nacimiento o una firma en el juzgado, igual que la cercanía no condiciona necesariamente los afectos.

A veces los momentos que marcan la existencia no suceden en fechas señaladas. Nuestra pequeña historia se traza con nacimientos, bodas, hitos en nuestra trayectoria académica o laboral. Y sin embargo la felicidad, lo que de verdad importa, se moldea casi siempre con movimientos más sutiles. Tu cepillo de dientes en un baño hasta ayer ajeno, un nombre nuevo en el buzón, encontrar una nota en la ventana, esperar las peores noticias y en su lugar escuchar el latido de una vida nueva. Olvidaremos que fue el 20 de febrero, pero nunca la emoción contenida, la alegría inmensa, el temblor de las piernas.

Hay quien dice, fiestas de guardarseguramente con razón, que todos los motivos para festejar son pocos en un camino plagado de malas noticias. Pero hay quien se resiste a abandonar la plácida rutina, aunque sea para brindar por sueños nuevos e ilusiones realizadas. Desconozco la razón, pero no hablaría de pereza ni ingratitud hacia la vida. A veces la espera es larga y uno aprende mientras a saborear los detalles, la felicidad pequeña envuelta en papeles de periódico. Los otros días de fiesta, menos brillantes pero igualmente especiales. Quizá lo mejor sea no perderse ninguno: grandes y pequeños, bienvenidos sean.

 

Parar, jugar, vivir

La infancia se presupone una de las etapas más felices de la vida, muchos dirán que la mejor. Poderoso motivo es que cada mañana despiertas a un largo día con un único cometido: jugar. Así debería ser, para todos, durante un largo periodo, pero a veces la cosa no es tan fácil. En demasiados lugares el trabajo sustituye enseguida a los juegos, el objetivo diario se reduce a sobrevivir. En países de paz y opulencia escapamos durante un tiempo, pero demasiado pronto amenaza la realidad, lo que se entiende por ella. Un territorio gris en el que el tiempo contempla siempre un plazo, el movimiento un destino, el pensamiento un fin.

Desde el principio se impone la urgencia por crecer y el juego es una de las primeras pérdidas en una infancia cada vez más breve. La maravilla de jugar se evidencia al comprobar que ya no eres capaz de hacerlo, pero en lo más profundo quedan los recuerdos de un solar lleno de tesoros, el carro de muñecas que viajaba por el mundo, los esperados jueves con la amiga del alma. Entonces era fácil convertirse en heroínas de película, dar vida a muñecos de plástico, escalar montañas tumbados en el suelo del pasillo; hoy cuesta encontrar los caminos que conducen a territorios imaginarios.

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Y sin embargo están ahí cerca, aunque muchos ya no podamos verlo. Lo saben mi hija y sus pequeños amigos del parque, todos los niños antes de que la realidad se empeñe en cambiarles el rumbo. Frágil es el espacio del juego por el juego, de las cosas porque sí; rápido vuelan los tiempos en los que apreciamos de verdad las cosas importantes de la vida: amasar arena, esconderse entre los árboles, pisar los charcos, cantar, reír, a ratos llorar. Parar, jugar, vivir… y volver a empezar.

 

 

 

Perro verde, gato rojo

Los cuentos de mi infancia hablaban de princesas, gatos intrépidos, ratones astutos y príncipes azules. La vida sonreía a los niños buenos, el lobo feroz se comía a los que no obedecían, a los que se pasaban de curiosos. La felicidad llegaba tras superar mil pruebas y esperar cien años. Soñé que tras ese tiempo un beso salvador me despertaba y creí que el sufrimiento era el tributo a pagar por el verdadero amor. Nada de aquello era cierto pero es tarde para reclamar; si decides creer en las hadas es tu problema.

Hoy mis libros de infancia parecen en las manos de Inés anacrónicos, batallas de épocas lejanas incluso para mí. Y sin embargo, mucho de lo que soy está escrito en sus páginas. Algunas historias dejan huellas indelebles y no son necesariamente las mejores, pero la memoria es caprichosa y decide por su cuenta.Veo a Pinocho y me emociona el viejo carpintero que soñaba con ser padre, su deseo realizado en una marioneta con vida propia. Un ser tan peculiar hubiera encarnado el mejor ejemplo para abordar la diversidad, la vivencia de sentirse diferente, pero lo primordial entonces era obedecer y resistir las tentaciones, así fueras un muñeco de madera. Eran otros tiempos.

perro verde, gato rojo

Fuera de los cuentos, muchos niños sufrieron entonces por no ser como los demás. De esas historias nacieron seguramente personajes como el Monstruo Rosa y Elmer, el elefante multicolor que un día quiso ser gris y confundirse entre la manada. Hoy son nuestros compañeros de aventuras, junto a un gato rojo sin rabo y una oveja sin ojos. Son nuestros ‘pinochos’ de lana; de momento no nos atrevemos con la madera como el viejo Geppetto. Confío en que su mensaje cale en mentes nuevas como la de mi hija y los niños aprendan a quererse con sus diferencias, respetar a los demás y no ser cómplices de burlas y acosos.

Duele comprobar que la historia se repite. A lo mejor los cuentos no han cambiado tanto, quizá lo difícil sea modificar los comportamientos. Los niños siguen sufriendo por su aspecto físico, forma de ser u orientación sexual. A veces los tiempos no cambian como a uno le gustaría: el perro verde, el gato rojo, siguen llevando las de perder.

Sueños posibles

«Dime que me quieres, aunque sea mentira» es una de esas sentencias gloriosas que sólo se escuchan en el cine. Fuera de la pantalla casi nadie osa pedir que le engañen a cara descubierta; pocos andan tan sobrados de valentía, desesperación o instinto suicida. En la vida real lo habitual es aceptarlo con resignación y sin palabras, como quien no quiere la cosa o no se acaba de enterar. Afrontar la verdad significa demasiadas veces confirmar que lo que deseamos fervientemente no es ni será y en estos casos resulta tentador aplazar las malas noticias para mañana.

Pero tarde o temprano el momento llega. Aunque nos pille curtidos, duele encajar que el camino que iniciamos con tantas esperanzas está abocado al fracaso. Por eso la mente se bloquea al escuchar sin paliativos que luchamos por alguien que no nos quiere o que nuestros proyectos fracasarán porque el negocio no es viable. No es fácil decir adiós a horas de trabajo e ilusión, castillos en el aire que dieron alas a nuestra vida, aunque dejáramos de creer hace tiempo en caminos de rosas.sueños posibles

Llegar a punto muerto nos fuerza a recapacitar y explorar nuevos horizontes y aquí es donde la experiencia juega a nuestro favor. Después de varias caídas, la vida suele mostrar la cara positiva del fracaso y nos enseña a encararlo como una nueva oportunidad. Muchas veces la suerte cambia justo después de que alguien arroje un jarro de agua fría sobre nuestras ilusiones, pero hay que saber soltar lastre a tiempo y fabricar otras nuevas. Otra opción es tomar nuevo impulso y perseverar; al fin y al cabo, más de uno logró lo que los demás consideraban imposible. Cualquier alternativa vale menos renunciar a los sueños, porque son la energía que da color a nuestra vida. Y como ella, ni se crean ni se destruyen, solamente se transforman.