Globos

Pocos objetos representan como un globo la imagen de la ilusión. A los tres años, mis padres me compraron uno de esos rellenos de un gas que los hace flotar, y todavía recuerdo mi decepción a la mañana siguiente al verlo convertido en una goma arrugada. Este pequeño ‘trauma’ es seguramente uno de los más comunes de la primera infancia, cuando uno no entiende que la felicidad es efímera y que todo lo que sube baja. Desde ese día, el mundo fue un poco más inseguro tras aprender que hay cosas que no tienen remedio, y nadie, ni siquiera tus padres, pueden hacer nada para evitarlo.

En las últimas semanas los globos han cobrado un singular protagonismo en nuestras vidas gracias a la campaña electoral. Curiosamente, los candidatos también parecen depositar grandes esperanzas en esferas que entregan a pequeños ciudadanos sin derecho a voto. Quizá los hinchan demasiado, o el material es de poca calidad, pero todos suelen explotar al poco rato. En mi fuero interno pienso que son un fiel reflejo de lo que algunos representan.

Coleccionar globos pinchados se ha convertido en el nuevo pasatiempo favorito de Inés. El otro día me tendió uno con la intención que lo hinchara y no pude evitar el impulso de abrazarla. Como todos los padres, querría evitarle el sufrimiento y el fracaso y sé que no es bueno ni posible. Resulta que ahora soy yo la que tiene que guiar el aprendizaje de las leyes inexorables de la vida, cuando yo misma tengo dudas de conocer bien la lección.

Seguramente muchos anden estos días asimilando derrotas, tras haberse pinchado sus ilusiones como esos globos que hace poco repartían. En aprender del fracaso reside la clave de la superación, pero quizá sea ésta una de las lecciones más difíciles de aprender.

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Cumbres

Recuerdo la final del Mundial que ganó España por un motivo bastante menos histórico. Dos niños dormían en la casa, ajenos a la euforia general que se desató al terminar el partido. Entre tanto jolgorio la madre era la única contrariada porque temía que el escándalo despertara a sus pequeños. La reacción me pareció entonces ilógica, como si te enfadas porque el rugir de un terremoto te estropea la siesta. Hoy la entiendo un poco más; yo también actúo a veces como si mi hija fuese el centro del Universo.

Algo que me sigue maravillando de la maternidad es cómo engrandece las pequeñas cosas y llena los días de momentos especiales. Cada avance es un paso hacia la independencia, ese hito que los padres desean y temen a partes iguales. Como los alpinistas al llegar a la cima, con la celebración de la hazaña llega un nuevo objetivo, siempre más alto y un poco más difícil. Hoy por hoy, nuestros ‘ochomiles’ son los juegos del parque: primero el balancín en forma de flor, después el caballito con muelles, luego las escaleras del barco pirata.

El último logro, también el más emocionante, ha sido la escalera de cuerdas del tobogán. Tras varios intentos y algo de ‘trampa’, Inés logró llegar arriba y deslizarse por primera vez. Ya en el suelo, empezó a reír y saltar como si hubiera coronado el Everest; seguramente el primero en tocar esa cumbre no fue más feliz.

cumbres

Subir por la ‘escalera de ranas’ es ahora el próximo reto de una carrera que no ha hecho más que empezar. Como buenos principiantes, la emprendemos llenos de ingenuidad y buenos propósitos. Acompañar sin interferir, fomentar la superación sin presiones, valorar los éxitos y aprender de los fracasos. Entender que no se trata de hacerlo mejor o peor que nadie, sino de hacerlo mejor que ayer. Me gustaría que Inés conservara la tenacidad que ayudó a sus piernas todavía cortas a subir al tobogán, pero también que en la lucha por la superación sea ella misma su única adversaria.

No sé si estaré a la altura como acompañante en este aprendizaje vital, si la ayudaré a ser mejor y más feliz o la contaminaré con frustraciones y miedos. Sobre todo si tendré presente que mi hija es, nada más y nada menos, un individuo más en este mundo, aunque para mí sea el centro del Universo.

Plan B

Todavía me enfado al recordar al tipo que trató de explicarme la actitud femenina en el amor con la teoría de la mona; esa que dice que nunca suelta la liana hasta que tiene otra bien agarrada. Más que lo ruin de la idea, admito que me molestó que se aplicara solamente en femenino, cuando creo haber comprobado que esa actitud de ‘garantía prensil’ no conoce de géneros, sino de personas.

En el terreno sentimental, y en todos, dar el salto no resulta fácil. Los cambios son momentos críticos para los que nos movemos con dificultad en tiempo de decisiones y preferimos la cómoda rutina y que los días pasen sin muchos sobresaltos. Por suerte o por desgracia, seguramente la primera, de vez en cuando llega el momento de desprenderse de algo y tomar partido, soltar lastre, romper amarras. Lo malo es cuando no hay alternativa, ningún asidero más o menos fiable, eso que hemos dado en llamar ‘plan B’.

plan b

Anteayer me encontré con alguien a quien siempre me alegro de ver. Parece que tras una época vital complicada y ante la ausencia de opciones, ha decidido mirar las cosas en positivo y dejarse de amarguras, eso que llamamos ‘relativizar’ y es a veces una estrategia inteligente ante lo inevitable y otras un freno para la acción.

El tema reaparece poco más tarde con alguien que cree que la luz sólo aparece tras dar carpetazo al presente. Mientras, bastante tenemos con seguir el ‘plan A’ y salir a flote a pesar de todo. Imagino la vida como la lucha por sobrevivir a un naufragio y la posibilidad de cambiar, aunque sea a lo desconocido, aparece como una alternativa a valorar.

Quizá tomar las riendas de la propia existencia no sea tan temerario, tomar impulso y ser dueños de nuestro tiempo, el único tesoro del que disponemos. Por eso siempre admiré a los capaces de saltar sin comprobar que hay agua debajo; aunque no estoy entre ellos, o precisamente por eso.

Mamá hooligan

Alguien me confesó hace unos años que su forma de desahogarse cuando su hija la ponía al límite era encerrarse en el baño, contar hasta diez e invocar a Herodes a voz en grito. Por fortuna, la cría no tenía por entonces más de tres años, así que poco podía saber de la vida y milagros de aquel sujeto. Supongo que hoy no conserva ningún trauma infantil.

Mientras me debato entre varias vías de escape, incluida esta misma, intento canalizar de forma digna la rabia, la ira y la frustración que a veces me superan cuando me puede el cansancio, las cosas no salen como había planeado o simplemente Inés no actúa como yo quisiera.

Sé que estos impulsos son más propios de un ‘hooligan’ que de las madres de los anuncios. Yo misma los hubiera asociado con el fútbol, o incluso con el deseo inconfesable de sacudir al niño que llena de arena a tu angelito en el parque. Pero ahora que lo pienso, la modalidad más vergonzosa quizá sea perder el control ante situaciones que ponen a prueba los nervios, pero resultan perfectamente normales, incluso previsibles, cuando compartes tu vida con un ser humano de año y medio.

Racionalmente todo está muy claro, pero la ‘madre hooligan’ que llevo dentro se adueña a veces de la situación. Anteayer se sublevó cuando las dos cervezas con amigas planeadas hace siglos se aplazaron de nuevo porque el pequeño ser tenía otros planes. Desde que era adolescente, no recuerdo haber deseado salir con tanta intensidad.cervezas

Sé que no está bien actuar como la niña que no soy y mucho menos exigir a mi hija que lo haga como la adulta que no es. Decido autocastigarme en en el baño hasta que se me pasen la culpabilidad y el enfado y abro el ‘cuaderno de las ideas’. Creo que ya he encontrado la manera.