Lo normal

No saber en qué día vives, ni en qué mes, casi ni el año si te apuran. Salir a la calle con la cara lavada y sin peinar, sin bolso, sin dinero, sin un objetivo concreto. No saber qué contar cuando alguien pregunta por la vida que llevas: acabar diciendo que lo haces en una realidad paralela como un resumen bastante aproximado si nos ceñimos a lo que suele entenderse por normalidad.

Si pienso en una vida normal mi mente sigue dibujando la misma imagen: un trabajo vocacional que absorbe tiempo y energías, la lucha cotidiana por llegar a todo, tratar de cumplir lo mejor que puedes, ratos de tedio, instantes de felicidad. Marcar en el calendario los festivos, fines de semana, días de vacaciones. Dejar cosas a medias en un tiempo siempre escaso, aplazar demasiadas para el próximo día, quizá podamos la próxima vez.

Tras dos décadas en el mundo laboral otra forma de vida llega a parecer imposible, casi inimaginable. Cuesta tomar la decisión y cambiar de tercio, aunque sea por un tiempo, por una buena causa, por razones tan poderosas que hasta se llaman ‘de fuerza mayor’. Abandonar el trabajo se antoja como romper el vínculo con la vida, las cosas importantes, con lo real.garza

Y casi sin sentir, en un momento indeterminado te sorprendes mirando al mundo desde la barrera, siendo un ser extraño que construye castillos en el aire con la arena del parque y mira a los humanos sin entender tanta prisa, como si hace dos días no hubieses estado allí. Tanto escuchar que veinte años no es nada y al final resultó que era verdad. Las vidas pasadas parecen haberse borrado, como si no hubiesen existido y siempre hubieras disfrutado del lento discurrir de los días, el oscuro invierno y las generosas tardes de verano, el lento declive de los abuelos, la energía imparable de los niños. El misterio del principio y el fin de la vida confiere a la normalidad un sentido nuevo, quien sabe si más auténtico, menos efímero, real por fin.

 

 

¿Y por qué no?

Mi abuela y casi todas las abuelas que conozco dijeron alguna vez eso de: «Quién tuviera tu edad, pero sabiendo lo que sé ahora!». En su día no comprendí bien lo que significaba, pero la frase siempre me gustó, como aquella otra de: «Podría ser tu madre». A día de hoy tengo la edad suficiente para decir ambas cosas, pero por alguna razón ya no me suenan tan bien.

Cuando eres joven, uno de los anhelos más urgentes es la experiencia. No reparas en que adquirir el conocimiento supone pagar a cambio el precio de la juventud. Notas un día que te queda poca inocencia y los años han pasado sin sentir. Puedes entonces valorar lo que sabes o lamentar el paso del tiempo, ambas cosas a ratos, quizá las dos a la vez. También puede ser el momento de replantearse la vida, superar antiguos miedos y crecer. Demostrar que sí es cierto que la existencia no pasa en vano y a veces nos hace más fuertes, más libres, incluso más bellos.

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Pocos límites parecen más difíciles de superar que los que uno mismo se marca. El miedo a hablar en público, a abandonar la seguridad de un trabajo por una ilusión incierta, a amar y sentir libremente, a los propios prejuicios. Nada más motivador que la historia cercana de personas que un día vieron cortado el camino y supieron dar el salto. El pequeño y poderoso triunfo que entraña enfrentarse por fin a un micrófono, apuntarse a ese viaje, atreverse a correr una media maratón. Querer ser quien eres, por encima de la sabiduría y los años; decir un día: ‘Podría ser tu madre y me da igual’. Pocos ejemplos de sabiduría como derribar los mayores obstáculos armados con la pregunta más simple: ¿Y por qué no?

 

 

 

 

 

Ahora o nunca

Desde que Inés nació, al menos dos veces al día oigo voces que me advierten de lo rápido que los niños crecen, de lo importante que es disfrutar de cada etapa, de esos momentos ‘que pasan y no vuelven’. La que habla no es mi conciencia; son familiares, amigos, vecinos, completos desconocidos. En pocas cuestiones vi nunca tanto acuerdo, tanta unanimidad de criterios.

La fugacidad del tiempo es un tópico antiguo como el mundo. Que los niños crecen tan rápido que cuando quieres enterarte ya no lo son es una de sus variantes más socorridas. Algunos llegamos avisados, con mucha vida malgastada entre etapas de letargo y carreras absurdas hacia ninguna parte. Los días por delante valen su peso en oro cuando uno tiene la sensación de haber llegado tarde a su propia vida, con deseos alcanzados in extremis y el ‘ahora o nunca’ grabado a fuego en la mente.

Hay quienes superan etapas y queman varias vidas, ahora o nuncaotros consumen casi todo su tiempo aprendiendo a vivir. Quizá todo forme parte del camino, de un juego de saltos de oca a oca y temporadas en el pozo. Avanzar más o menos rápido no detendrá el paso del tiempo, pero quizá yendo más lento uno pueda sentirse más dueño de su historia, de los pequeños y grandes acontecimientos, cada nueva palabra, el primer viaje en el autobús, el
paso lento de los patos. En resumidas cuentas: de la vida.

La vida de antes

¿Cuánto tiempo pasó desde que fuiste madre hasta que deseaste, necesitaste incluso, recuperar cosas de tu antigua vida, retomar viejos hábitos, amigos queridos, espacios de soledad? Digamos que un día, ni pronto ni tarde, reparas en que es viernes, justo la hora a la que tus amigas quedan para esa cerveza que por un misterioso motivo siempre sabe mejor fuera de casa. Supongamos que los astros se alinean en forma de dos horas libres, que las ganas vencen a la pereza. Pongamos que vas.

la vida de antes

Sin saber cómo, junto al pequeño y poderoso ser que centra tu vida se hacen sitio a codazos el trabajo y la familia, libros casi furtivos leídos por entregas, ratos de estudio a horas intempestivas, charlas y risas en buena compañía. Momentos de asueto entre el placer y la culpa, descontando minutos entre miradas al móvil. Tras una de estas escapadas, corres a casa vaticinando el desastre y el pequeño ser y su papá te ignoran mientras siguen jugando en la cama y ríen como locos.

Descubres que amar no equivale siempre a renunciar, que el tiempo de para mucho si te organizas bien, que a veces es bueno separarse para reencontrarse con más ganas, que San Preciso se murió. Y a pesar de todo, el anhelo de un tiempo propio se plantea a veces a media voz, con cierto apuro y no poca culpabilidad. Las aspiraciones se convierten aquí en terreno escabroso, para nosotras mismas, más que para nadie.

Como en tantas cosas, también aquí es peligroso generalizar. Habrá quien diga que nunca tuvo la necesidad, quien no sienta haber dejado nada por el camino, quien también en este terreno logre el milagro de conciliar. Para el resto, queda el reto cotidiano de llegar y disfrutarlo todo, intentar ser más felices y que los nuestros también lo sean, vivir todas las facetas con alegría y sin reproches. El próximo viernes no me lo pierdo.